Por Nicolás Omar Rios
Cuando llueve todo se transporta y algo comienza. El recuerdo e infancia, ese olor a tierra mojada que afloraba en ventana esperando a un vecino valiente salir a correr mirando lluvia caer.
La ropa que solía ensuciarse, y la madre en puerta observando su sentencia, pero toda dureza se apagaba cuando esos ojos se acercaban cargado felicidad en lo sencillo y que regala nuestra naturaleza.
Los charcos; piscinas improvisadas, el barro nuestra mejor arma para justificar un ataque letal al rival momentáneo que mucho no se quería ensuciar. Ahí estábamos armando un plan para romper ese paradigma.
Era mágico, y algo que siempre recordamos a pesar del tiempo y los años, a pesar que esa calle se asfalte y algunos árboles ya no estén, que ese baldío no esté, que ese vecino no esté, que ese amigo no esté, pero algo siempre está y es el amor a ser, a pertenecer.-